Juan era una persona muy amena. No era demasiado amable ni educado, pero era divertido estar con él. Cuando él y Anabel, su esposa, iban a cenar con amigos Juan en seguida se hacía con la conversación. Todos estaban atentos a lo que él decía y se reían mucho. "Qué suerte tienes, con él no te aburrirás nunca"- solían decirle a Anabel. Ella nunca respondía, aparentemente era por timidez. Eso creían los demás. Pero no era así.
Aunque en público no lo aparentaba, Juan era una persona muy violenta. Raro era el día en que no le daba una contestación a voz en grito por cualquier cosa a su mujer. "¡Este tenedor está sucio!", "¡no has comprado gel, idiota!", "¡no hables tanto con tu hermana, es una imbécil y sale muy caro!" eran frases que le había espetado más de una vez. Lo peor es que, además de gritarle e insultarle, también era habitual que le pegara. Para él cualquier motivo podía ser suficiente para darle una bofetada. Cuando eso sucedía, a Anabel le dolía más el alma que el cuerpo y estallaba a llorar. En esas ocasiones le invadían esos pensamientos que suelen aparecer en las mujeres maltratadas y lo que más le preocupaba era que no la oyeran los vecinos. Trataba de ahogar su llanto, pero era imposible. A veces lloraba durante horas.
Más de una vez le había propinado verdaderas palizas. Sus amigos y compañeros de trabajo se creían, eso querían aparentar, que se caía muchas veces por las escaleras y que más de una vez se había golpeado con la puerta. Un verano Juan le pegó tan brutalmente que estuvo a punto de matarla. Esa vez tuvo que ir al médico y consiguió engañarle. Pero Marcos, el hermano de Anabel no se creyó que el perro se había echado sobre su hermana tan violentamente que la hizo caer de espaldas y abrirse la cabeza. Le convenció para que pidiera el divorcio.
Anabel esperó semanas para decírselo a su marido. Esperaba un momento apropiado, cuando él estuviera relajado y ella encontrara las fuerzas. Y eso no sucedió en dos meses. Marcos le dijo que si no se lo decía, se lo diría él. Entonces Anabel reunió el valor suficiente y se lo dijo a Juan. "Mejor para mí, así no tengo que aguantarte", fue lo único que dijo él haciendo gala de su soberbia habitual. Anabel se quedó aliviada. Pensaba que todo quedaría así. Se equivocaba.
Una noche de jueves, tres días después de la conversación. Juan comenzó a ponerse cariñoso con ella. Algo que no había sucedido en años. ¿Estaba tratando de arreglar las cosas? No, sólo quería acostarse con Anabel. Cuando ella se dio cuenta se negó rotundamente, pero él no lo aceptó y trató de obligarla, es decir, intentó violarla. Afortunadamente ella consiguió evitarlo. Ése fue el momento en el que Juan se dio cuenta de que ya no era su esposa.
A partir de ese día empezó a pensar que se iba a quedar solo, que ya no iba a poder disponer de Anabel cuando le apeteciera y para lo que le apeteciera como había hecho los últimos 12 años. Además, Anabel, era bastante guapa. ¿Y se iba con otro?, ¿y si otro le tocaba? No podía soportar esa idea. Anabel era suya, no podía ser de otro.
Un día Juan y Anabel salieron juntos de casa por la tarde. Él no lo sabía, pero ella iba a hablar con un abogado para comenzar los trámites legales. Al salir del portal se encontraron con Carlos, un compañero de trabajo de Anabel. Era unos cinco años más joven que ella. Durante la conversación Anabel y Carlos se rieron mucho y a Juan le pareció que tonteaban. Se puso de los nervios. Le dieron ganas de matarlos a los dos. ¿Cuánto tardaría Anabel en enamorarse de Carlos?, ¿lo estaría ya? "Seguro que él quiere acostarse con ella"- pensó. "Pues no lo va a conseguir, nadie se acuesta con mi mujer, o es mía o no es de nadie". En ese mismo instante lo decidió. La única manera de evitarlo era matarla. Ni siquiera pensó en las consecuencias, sólo pensó en que si no la mataba se iría con otro. Había que encontrar el momento. Cuanto antes mejor.
Esa noche él volvió a casa antes que ella. Estaba decidido, la mataría con el cuchillo grande de la cocina. Por la espalda. Guardó el arma en un cajón para ir a buscarla en el momento oportuno. Cuando ella estaba haciendo la cena, él cogió el cuchillo de la habitación y entró en la cocina. Cuando se disponía a dar la primera puñalada ella se giró y el corte se lo hizo en el brazo. La cara de Anabel era puro horror. No se esperaba eso. Acto seguido Juan intentó apuñalarla en el pecho pero ella se movio tan rápidamente que de nuevo el arma impactó en su brazo y Anabel consiguió huir y encerrarse en la habitación que estaba usando ella como dormitorio. Tenía dos cortes profundos en el brazo izquierdo, pero no los sentía, el pánico era más fuerte. No pasaron ni cinco segundos cuando él comenzó a golpear la puerta con violencia. Las patadas eran tan fuertes que la puerta cedería en cualquier momento. Anabel podría haber tratado de pedir ayuda por la ventana, pero el miedo la atenazaba. Se quedó acurrucada en un rincón esperando la muerte, las fuerzas que utilizó para escapar en la cocina le habían abandonado ya. La puerta estaba comenzando a astillarse por la zona de la cerradura. Un par de patadas más y cedería. Era el tiempo que le quedaba a ella de vida, un par de patadas. "¡Hija de puta, de mi no se divorcia nadie! ¡Te vas a arrepentir!", gritaba él con voz de demente desde el otro lado de la puerta.
Pero de repente Juan se acordó de que la ministra de Igualdad había creado un teléfono para que los maltratadores "canalizaran su ira". Dejó de golpear la puerta y llamó para que lo calmaran. No te jode.
Me da usted vergüenza, señora Ministra.
martes, 10 de junio de 2008
Macabra tomadura de pelo
Etiquetas: POLÍTICA
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